Después de 10 maratónicas horas de vuelo de Santa Cruz de la Sierra a Madrid en las que ningún miembro de mi familia ha pegado los ojos por más de 10 minutos, solamente quisiera dormir.
Nos faltan aun dos horas hasta Roma y finalmente veo que mis hijos se han quedado dormidos (si!), cierro los ojos perezosamente por si el sueño decidiera venir a mi. En eso, la voz del asistente de vuelo me llama a la conciencia: -Señores pasajeros, su atención por favor, se necesita la presencia de un médico en cabina-, diligentemente se paran tres colegas (entre ellos mi esposo) y, ya que mi hijo menor tiene apoyada su cabecita en mi, decido que, a menos que no se me indique lo contrario, mi presencia no es requerida... 30 segundos después regresa mi esposo con aire de misterio y sonrisa de medio lado: -Necesitan una oftalmóloga- me dice, a este punto no me queda más que apersonarme a la cabina de mando.
El importante miembro de la tripulación tiene el ojo rojo como un tomate, el párpado hinchado, lagrimea y tiene cara de circunstancia (pobre!, se nota que tampoco ha dormido...) -Estoy así desde anoche, ha empeorado, ya no aguanto!- me dice con clara intención de querer sacarse el ojo.
Como es sólo un ojo, pienso que podría ser alérgico... -Ha estado en contacto con alguna sustancia?. -No- responde.
Sin mayor rodeo, decido realizar la maniobra de eversión de párpado.
Eureka! Ahí está la pequeña causante, una piedrecilla milimétrica, (mejor no doy detalles de cómo logro sacarla con prácticamente nada, pero si les dejo la citada maniobra para quien estuviera interesado).
Dejo un vendaje oclusivo y recomiendo control apenas aterricemos.
Regreso a mi asiento con la sensación de uno de los men in black que ha apenas salvado el mundo...
finamente todos podremos dormir!!!